martes, 10 de marzo de 2015

He vuelto

He vuelto, hoy oirán como repaso alegrías y fracasos que he tenido hasta el momento.

                                                                             El Barrio

Pues sí, he vuelto. Después de tanto tiempo he sentido la necesidad de volver a asomarme a mi pequeña ventanita y disfrutar por un instante del placer de escribir.

Ella comienza un nuevo año con bombo y platillo, pisando fuerte con sus alegrías y logros. Con caras que se van y nuevas caras que llegan. Caras dulces, amables, amigables. Caras que te calan hasta lo más hondo sin que te des cuenta. Caras que te hacen recuperar la ilusión. Caras que te aportan chispa, risas. Caras que necesitabas.

Pero a la protagonista de nuestra historia las alegrías nunca le vienen solas, al final siempre hay algo que ensombrece sus días soleados. En este caso le vuelve a acompañar la decepción. Esa decepción sobrevenida por la mentira. Una decepción que hace correr el telón de golpe y deja ver realmente el entramado de la obra. Sin adornos, sin escenografía, ni maquillaje, ni vestuario. La obra tal cual es, la verdadera.
La decepción es un sentimiento de insatisfacción tan y tan grande, que puede arrasar hasta con las más bellas emociones. -Quizás mi corazón no quiere admitir lo que mi mente ya sabía-, se repetía a sí misma. Sentada en la cama, con las piernas que cuelgan, pesadas. Ese corazón está cansado de recibir golpes. Una, y otra y otra vez. Golpes que recibe de parte de personas que justamente algún día prometieron no hacerlo. Y es que cuando alguien te decepciona, aunque le perdones, ya nada vuelve a ser igual...

Se acabó el cuento de hadas, las noches entre risas, las miradas cómplices. Desaparece la confianza depositada, ya no existe. Se esfumó. Tan pronto como vino se fue. Y lo peor de todo es la incertidumbre de no saber porqué. Por qué lo ha hecho. Por qué todo ha ocurrido así. Cuando ya el tren había emprendido su marcha, el último vagón descarrila y provoca que todo se vaya al traste. Tras el duro golpe, las ventanillas se rompen en mil pedazos dejando salir sin freno el contenido del vagón. Se van las risas, las miradas cómplices, las confidencias, todo lo compartido.

Ahora solo queda poner en marcha el plan que otras tantas veces le ha funcionado. Recomponer los pedacitos rotos, armarse de valor, enfrentarse a su mundo y vivir.


Con esta historia y animándoos a seguir superando cada día las pruebas que nos pone la vida, me despido. Hasta la próxima entrada que espero no tardar tanto en escribir.